sábado, septiembre 25, 2010

Inmortalizar a los muertos

"Las primeras personas reproducidas penetraron íntegras, o mejor dicho, sin que se las identificase, en el campo visual de la fotografía. Los periódicos eran todavía objetos de lujo que rara vez se compraban y que más bien se hojeaban en los cafés; tampoco había llegado el procedimiento fotográfico a ser su instrumento; y eran los menos quienes veían sus nombres impresos. El rostro humano tenía a su alrededor un silencio en el que reposaba la vista. En una palabra: todas las posibilidades de este arte del retrato consisten en que el contacto entre actualidad y fotografía no ha aparecido todavía. Muchos de los retratos de Hill surgieron en el cementerio de los Greyfriars de Edimburgo —y nada es más significativo para aquella época temprana como que los modelos se sintiesen allí como en su casa. Y verdaderamente este cementerio es, según una fotografía que hizo de él Hill, como un interior, un espacio retirado, cercado, en el que del césped, apoyándose en muros cortafuegos, emergen los monumentos funerarios que, huecos como las chimeneas, muestran dentro inscripciones en lugar de lenguas llameantes. Este lugar jamás hubiese podido alcanzar eficacia tan grande si su elección no se fundamentase técnicamente".
Walter Benjamin, en "Pequeña historia de la fotografía", incluído en Discursos Interrumpidos, Edit. Taurus.





Daguerrotipo. Ramón Lista, 13 de enero de 1855, 10x7,6 cms, media placa.  

                          
Una práctica oximorónica se apropia de la técnica fotográfica casi en su nacimiento -hacia 1840- y le quita el pan de la boca a los pintores que desde el renacimiento vivían de ella: inmortalizar a los muertos.

Los nobles y los acaudalados de la patria la adoptan inmediatamente. Los retratos de niños fallecidos de poca edad eran más frecuentes que los de adultos. Las placas de los mayores se tomaban en las casas mientras que a los niños se los llevaba al estudio del artista.

"En 1848 Helsby ofrecía a su clientela una imágen exacta de la persona querida, que después se puede copiar a la conveniencia en pincel, guardando asi las facciones y dándole el aspecto de la vida", cuenta Miguel Angel Cuarterolo en "Las primeras fotografías del país. Los años del Daguerrotipo", de Editorial de la Antorcha.

Un número considerable de los daguerrotipos y ambrotipos que aún se preservan en el país están en el archivo Estanislao Zeballos del complejo museográfico Enrique Udaondo en Luján. Son unas 130 piezas únicas,  donadas, en su mayoría, por Aurelio Pozzo en los años 20 del siglo XX, hijo de Antonio, uno de los fotógrafos más celebres del siglo XIX, especialmente por haber sido el fotógrafo de la "conquista del desierto".

Entre ellas, estas únicas dos imágenes post mortem pertenecientes a colecciones públicas, realizadas con las técnicas inciales de la fotografía. El daguerrotipo de Ramón Lista el día de su muerte y el ambrotipo de Victor Gauna sosteniendo a su hijo difunto. Mientras el daguerrotipo se realizaba sobre una placa de bronce, el ambrotipo se fijaba en vidrio y también diferían los procesos de captura y revelado en uno y otro caso. Generalmente se enmarcaban y sellaban y se conservaban joyas familiares. Estas dos obras fueron cedidas al museo por las familias de los retratados.   

Ambrotipo. Victor Gauna con su hijo difunto.
 Las imágenes de la colección del Museo de Luján fueron restauradas bajo la dirección de Luis Priamo con financiamiento de la Fundación Antorchas en 1993 y en 1995 se publicó el libro que contiene las imágenes conjuntas del Museo de Luján y el Museo Histórico de La Nación. "Los años del daguerrotipos. Primeras fotografías argentinas. 1843-1870". Editorial de la Antorcha.

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